sábado, 15 de junio de 2013

El Canchal de los Ojos, un enigma por resolver - Cáceres

El Canchal de los Ojos, un enigma por resolver en las inmediaciones de Piedras Albas
Vista general del Canchal de los Ojos o Peña Buraca./ Víctor Gibello
Vista general del Canchal de los Ojos o Peña Buraca./ Víctor Gibello
Diario HOY - Autor: VÍCTOR GIBELLO
Escuché hablar de ella hace años. Las descripciones la dibujaban con trazos envueltos en el misterio. Los más obvios comentaban su apariencia pintoresca y su forma moldeada, queriendo ver semejanzas con elementos dispares y variopintos. Los más osados pretendían apreciar vinculaciones esotéricas y ligazones con antiguos rituales surgidos de la fantasía. Hubo quienes escudriñaron la zona, y todavía lo hacen, en pos de leyendas y deidades inventadas, buscando ecos de ceremoniales imaginados, impregnados en la piedra por siglos.
En mis viajes por tierras alcantarinas no había tenido oportunidad de visitarla, unas veces por las prisas y otras porque reclamaban mi atención otros destinos, ¡hay tanto que ver, estudiar y disfrutar en la comarca! Así que, aprovechando la llegada de la luna llena, un momento excepcional para su contemplación, decido que ha llegado el momento para planificar una expedición a Piedras Albas, población cacereña situada en las cercanías de Alcántara y de la frontera portuguesa.
Trato de averiguar como llegar, pero las indagaciones resultan infructuosas, no encuentro más que referencias vagas que hacen imposible una ubicación precisa en el mapa. Llamo al Ayuntamiento, donde espero encontrar ayuda, pero la persona que me atiende desconoce su situación. Amablemente, me facilita el número de teléfono de Meña, que tiene una tienda de ultramarinos en la plaza, “seguro que ella sabe donde está”, me dice.
Meña atiende el teléfono. Supongo que se sorprende cuando le comento que su número me lo han dado en el Ayuntamiento. El asombro aumenta al comentarle que, según me han indicado, ella podría decirme como encontrar el Canchal de los Ojos. Tras unos segundos de duda, más fruto de la atípica e inesperada llamada que de la falta de conocimiento, me ofrece unos datos precisos que yo llevo inmediatamente a Google Earth hasta localizar nuestro Paraíso Olvidado.
Por la tarde, parto hacia la zona. Me dirijo hacia tierras rayanas y a mi mente viene Teresa Salgueiro, ex Madredeus, interpretando un tema tradicional de romería de la Beira Baixa, Senhora do Almortâo, originario de la vecina localidad de Idanha a Nova. La cadencia de su voz, la canción y el ritmo del pandeiro quadrado o atufe crean un ambiente evocador idóneo.
No voy solo, me acompañan María José, artista, Maite, astrofísica, y Juan Luis, matemático. También viene mi pequeño, de ocho meses, que se dará su primer baño de luna llena. A este heterogéneo grupo de personas le falta el nexo que propició su relación, Javier Marijuán, también matemático y apasionado de la astronomía, que nos dejó hace algunos años. No tuve la fortuna de conocerlo, pero su amor por las estrellas contagió a muchas personas y, de algún modo, sin proponérselo, facilitó encuentros que sin él habrían sido más difíciles para el destino. Como dice un proverbio zen, “ningún copo de nieve cae en el lugar equivocado”. Su recuerdo nos acompaña.
Nos detenemos en Piedras Albas para conocer a Meña y agradecerle sus indicaciones. Algunos vecinos también nos hablan del estado del camino y de la mejor forma de llegar. El Canchal está en término de Alcántara, pero el acceso se realiza desde Piedras Albas, de donde dista poco más de un kilómetro en línea recta. Tomamos la calle del Carmen y, a la altura de la piscina municipal, el camino de la Casa del Cuartillo, seguimos en dirección noroeste. Poco después de dejar atrás una gran charca, lo abandonamos y proseguimos por una pista a la derecha, primero en sentido noreste y más tarde sureste, ya en mitad de una dehesa en la que, entre encinas, sobresalen grandes bolos graníticos. Este debe ser el lugar.
Paisaje circundante./ Víctor Gibello
Paisaje circundante./ Víctor Gibello
Llegamos sin contratiempos. El Canchal de los ojos se sitúa junto al carril, sobre un pequeño altozano, incluso sin haberlo visto antes, es fácilmente reconocible. Mientras realizo un reconocimiento del yacimiento arqueológico y...
de su entorno circundante, tratando de estudiar, analizar y comprender el asentamiento, mis compañeros de viaje se dedican a preparar una merienda, a ratos me acompañan en mis idas y venidas.
Canchal de los Ojos desde el sur./ Víctor Gibello
Canchal de los Ojos desde el sur./ Víctor Gibello
Juan Luis, pertrechado con cámara fotográfica y bota de vino, me pregunta por los restos arqueológicos con la curiosidad propia del adolescente que fue y que, en parte, sigue siendo, su afán por aprender lo delata. Me dice que podría poner música de Leonard Cohen en el post, a lo que accedo encantado, aquí está el enlace a un vídeo grabado por él mismo en un concierto dado en Madrid. Me gustan particularmente los versos del inicio de la canción: The birds they sang/ At the break of day/ Start again/ I heard them say/ Don’t dwell on what/ Has passed away/ Or what is yet to be. (Los pájaros cantaban/ al romper el día/ Empezar de nuevo/ les oí decir./ No insistas en lo que ha pasado/ O lo que aún está por ser). Los analíticos ojos de Maite miran con cierta distancia, no debe ser sencillo participar de actividades mundanas cuando se han investigado metódicamente los medios interestelares ionizados de galaxias espiral y las Regiones HII. María José quisiera ver cada piedra en mi compañía, pero el pequeño reclama todas sus atenciones y algunas más; su mente imaginativa crea mundos a velocidad de vértigo, con cada escena podría escribir una novela y grabar varios vídeos. Mi niño, que viajaba dormido, abre sus preciosos ojos como queriendo absorberlo todo, nada escapa a su atención, todo le parece maravilloso: los árboles y sus movimientos suaves, el especial brillo del pasto a la caída de la tarde agitado por el viento, el canto de un mirlo posado próximo, el calor que desprenden las rocas. La vida.
Detalle general de talla en la roca./ Víctor Gibello
Detalle general de talla en la roca./ Víctor Gibello
El Canchal de los Ojos, también conocido como Peña Buraca, se ha ligado tradicionalmente con un santuario prehistórico. Sin embargo, esta asociación se ha realizado sin fundamentación científica, carece de base arqueológica pues allí, aún, no se ha realizado excavación alguna capaz de confirmar esta posibilidad.
Los restos arqueológicos se extienden más allá de una hectárea en torno a la peña que da nombre al espacio y que, siendo el elemento más reconocible, no es sino un componente más del conjunto. Abundantes restos cerámicos de amplia cronología comparten el espacio con lagares excavados en la roca, al menos tres, numerosas tumbas, también talladas en la piedra, altares y otras estructuras de interpretación discutible.
Tumbas excavadas en la roca ./ Víctor Gibello
Tumbas excavadas en la roca ./ Víctor Gibello
Las tumbas, contrariamente a la norma habitual, no se sitúan siguiendo la orientación convencional este-oeste propia de las fosas altomedievales, en su mayoría se disponen alineadas con el Canchal de los Ojos, como si este fuera el elemento que origina el asentamiento, el que les da sentido y coherencia. Este hecho ha de ser destacado como indicador fundamental de un más que posible uso cultual del espacio.
El Canchal de los Ojos es un enigma arqueológico por resolver, quizás, en un futuro próximo, los estudios que se realicen aporten datos que eliminen los velos que tornan misterioso aquello que debería ser evidente.
Trataré de dar una hipótesis interpretativa. El fenómeno del eremitismo cristiano tiene lugar en la Península Ibérica desde fechas muy tempranas, aunque haya ejemplos anteriores, aparece plenamente establecido desde el siglo V. A fines del período visigodo (inicios del siglo VIII) alcanzó un gran desarrollo de la mano de importantes personajes que con el tiempo fueron santificados, entre ellos Millán, Valerio, Saturnino y Fructuoso. Los eremitas pretendían el acercamiento a Dios mediante el abandono del mundo material, el aislamiento, la práctica de la penitencia, la oración y el ayuno extremos. Sus planteamientos, aunque plenamente cristianizados, se relacionan estrechamente con teorías y métodos de escuelas filosóficas helenísticas que buscaban el ideal moral y la perfección espiritual.
Detalle de encastre de vigas y cubierta en roca./ Víctor Gibello
Detalle de encastre de vigas y cubierta en roca./ Víctor Gibello
El rigor, la dureza y el sufrimiento eran las vías de purificación. Para alcanzarla resultaba esencial retirarse del mundo, marcharse a lugares no poblados, a desiertos humanos, a montes, bosques y cuevas donde mortificar el cuerpo para extraer lo mejor del alma. El Canchal de los Ojos, alejado del mundo y de los principales caminos, se convirtió durante la Alta Edad Media en un eremitorio, un espacio ocupado por anacoretas y místicos seducidos por la idea de lo Absoluto hasta tal extremo de ser capaces de renunciar a sí mismos. Alrededor de la Peña Buraca construyeron un hábitat semirrupestre, el Canchal sirvió para edificar una iglesia, un oratorio sencillo, aún hoy pueden verse los agujeros abiertos en la roca para encastrar las vigas de la cubierta y una gran roza para embutir el tejado a dos aguas. También es reconocible una mesa de altar. Las dos grandes oquedades, las asociadas popularmente a ojos, debieron ser usadas como hornacina en la que situar una imagen especialmente querida y sagrario. En torno al cancho dispusieron sus enterramientos, en pos de la santidad que el espacio de culto les confería. El mundo de los muertos y el de los vivos se tornó un mismo ámbito, como recordatorio de la transitoriedad y fugacidad de la existencia material. Muchos eremitorios dieron origen a monasterios, especialmente en el norte peninsular, pero este no es nuestro caso, la conquista islámica debió poner fin a su recorrido como centro espiritual.
Posible mesa - altar./ Víctor Gibello
Posible mesa – altar./ Víctor Gibello
Es posible que la elección del emplazamiento no fuera casual, casi nunca lo era, y que situarse allí se relacionara con la existencia de un espacio de culto pagano ancestral donde se veneraran deidades ligadas a la tierra. La presencia de materiales calcolíticos podría reforzar la imagen de la Peña Buraca vinculada a un gran ídolo oculado. En este periodo son habituales las representaciones oculadas en pinturas esquemáticas, cerámicas y tallas, tanto en piedra como en hueso. Quizás todo esté ligado y la tradición popular siga apreciando allí lo mismo que sus ancestros milenios atrás.
Luna sobre entorno del Canchal de los Ojos./ Víctor Gibello
Luna sobre entorno del Canchal de los Ojos./ Víctor Gibello
Después de deleitarnos con la belleza del paisaje a la luz de la luna llena, retornamos cargados de la energía aportada por los astros, las piedras, los árboles… Hablamos de Nick Cave y surge su canción Into my arms, su última estrofa dice: “Pero yo creo en el amor/ Y sé que tú lo haces también/
Y creo en alguna clase de camino/
Que podamos recorrer tu y yo/
Así que mantened vuestras velas encendidas/
Y haced su jornada brillante y pura/
Que ella siga volviendo siempre y para siempre”. Hemos dejado las velas encendidas para poder volver, para encontrar siempre el camino de regreso.
Velas, piedra y estrellas./ Víctor Gibello
Velas, piedra y estrellas./ Víctor Gibello

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